viernes, 29 de noviembre de 2013

Los inicios: Guarreando en la playa.

Una de las primeras veces que me dejé pajear, a los dieciocho, fue en una de esas playas nudistas repletas de gente llevando a cabo el mágico ritual del paseo-apareamiento cruisil, que consiste en caminar y caminar hasta que encuentras una polla decente o una boca dispuesta a chupar. Elegí un día laboral -tampoco quería que aquello fuera una orgía viviente- y con más nervios de los necesarios comencé el camino hacia la "arena". Mi idea en principio no era la de acabar con la polla metida en la boca de nadie, tan sólo pretendía hacer un poco de sano nudismo para que mi cuerpo entero cogiera algo de color. Pero sabía que esa posibilidad estaba ahí, tan morbosa...


Dos machos practicando el ritual de paseo-apareamiento cruisil.

Debían ser las tres de la tarde cuando comencé a ver a gente en pelotas. Con mi toalla y mi bañador blanco de Quicksilver, caminé durante algunos minutos a través de las dunas mientras el límite entre la zona nudista y "no-nudista" se iba dufiminando poco a poco. Algunas pollas tostadas al sol mientras sus dueños tomaban la siesta, pero poco más. O eso creí.

En la zona más alejada del mar, más allá de las dunas, habían árboles, muchos árboles. Y justo antes de comenzar a buscar un sitio donde asentarme, vi a un hombre de unos treinta y pocos sentado sobre el tronco de un árbol talado, medio escondido y observándome. Traté de hacerme el remolón, con la mirada fija hacia el frente, hasta que agachó la cabeza...Aproveché para dar una ojeada, y flipé con la escena. El tío estaba allí sentado sobre el tronco, vestido pero con la polla fuera, pajeándose mientras miraba una revista. ¿Qué coño...? Fue lo único que pensé. Pajeándose con una revista en la playa, vestido, y en mitad de agosto.

La escena era extraña, y algo morbosa. Después pensé que quizás el tío iba de rollo "finjamos ser heteros". Pensé que quizás hubiera estado bien ir a preguntarle un inocente perdona, ¿tienes hora? a la vez que mi cara fingía una tremenda sorpresa al encontrar su mano estrujando su polla, para acabar preguntándole inocentemente si por favor compartía la revista y me dejaba pajearme también...pero no fueron más que fantasías. En aquel momento el WTF me dominó y seguí mi camino hasta la playa.

Presentación.

No hace mucho, cuando tenía 17-18 años, no era más que una polla asustada y -mucho más- armarizada que veía el peligro ante cuaquier situación que supusiera empalmarme frente a otros tíos.

Mientras lo único que me mantenía cuerdo era la esperanza de que algún día sería un temido follador en una gran ciudad, pajearme fue lo único que me permitió seguir cuerdo. Pajas a todas horas, y en todos sitios. Me encantaba darle una y otra vez a la manivela, bien fuera con porno, o frente a cualquier espectador (e incluso espectadora) que estuviera dispuesto a verme la polla y disfrutar conmigo de ella. Quería chupar y que me chuparan tal y como el porno decía que era posible. Entraba en los chats, me enfocaba los boxers y flipaba cuando la gente adoraba lo que me sacaba de ellos, cuando las suyas se ponían duras mientras yo me pajeaba, y me corría viendo la corrida de otro.

¿Pero quién me creía para mantener a mi polla escondida? Cuando las pajas comenzaron a saber a poco, ella fue tomando el control. Tras algunos meses pasé de rechazarlo a saborear ligeramente el cruising, empezando por algunas escapadas light, sin contacto físico. Sólo quería que me vieran la polla empalmada, porque eso me la ponía muy dura.
 
No mires, no mires, no mires...

Entraba, me plantaba frente al urinario y simulaba estar meando y sobándome el rabo como si aquello no fuera conmigo. Me bajaba los boxers un poco de más, me apartaba del urinario para darles una mejor perspectiva...todo sin girar la cara ni hacer ninguna seña. Mientras se pajeaban, los cuarentones que por allí pupulaban me la miraban descarados sin saber si pretendía algo guarro o directamente era un gilipollas del que se estaban aprovechando. Y yo me ponía muy cachondo.

Cuando la vejiga aprieta en una discoteca, todo se vuelve gay-friendly.

Pero me seguía pidiendo más, y eso era un problema. Yo era un adolescente en una ciudad pequeña donde todo el mundo se conocía, infestado de paranoias. Ir más allá suponía dejarme pajear, mamar, o incluso algo peor, ¿y si me encontraba con algún conocido? ¿Y si mis heteros amigos de toda la vida se enteraban de que me había pasado al lado oscuro?

Cuando comencé la universidad finalmente fui perdiendo la batalla, e iniciándome en el mundo del cruising hasta hoy. En diarionaBal pretendo contar las (aún) pocas experiencias que he tenido en esto del cruising, y de follar con tíos en general. Y lo hago porque hacerlo me empalma, y saber que a otros les empalma me provoca corridas muy lecheras.